La mano en el fuego

RUBALCABA volvió a poner ayer la mano en el fuego por Blanco. La sorpresa no fue que la pusiese, sino que le quedase alguna, pues el caso Campeón se dirige impasible al caso Churrasco. La confianza de Rubalcaba es uno de esos gestos esótericos con los que de vez en cuando se adorna la clase política; una muestra repentina de exuberancia en un sector, el de los afectos, poco dado a prórrogas. Parcos con sus propias promesas, que fingen no recordar, nuestros líderes se abalanzan sobre cualquier hoguera en un ataque de fe. Recordemos que Rubalcaba, como el padre de Superman instruyendo al matrimonio que lo adoptó, se dirigió en un mitin a los padres del ex ministro para anunciarles algo impactante: «Tenéis un hijo honesto». Esa defensa de Blanco no dirigida al PP sino a sus propios padres fue un cuerpo a tierra que vienen los nuestros en toda regla, quizá el más deslumbrante de los últimos años. Le faltó agitarlos por los hombros: «¡Es inocente, inocente, créanme!».

Una de las cualidades de Juan Carlos Aguilar, que ha ido deslizándose de presunto asesino a presunto monje shaolín, era caminar sobre las brasas sin sentir dolor. Sus discípulos la celebraban sin saber que fuera del templo –que es como llamaban al gimnasio de la misma manera que mi mujer llama terraza al patio de luces, y caballerizas al trastero– los políticos tienden a exponerse en las hogueras como las brujas. De Camps llegó a decir Rajoy que ponía la mano en el fuego por él porque sabía cómo eran su mujer y sus niños; el argumento debió de parecerle sospechoso, y dio con uno irrebatible: ponía la mano en el fuego por él «porque somos parecidos». Años después medio PP ponía la mano en el fuego por Rajoy. Todos nos parecemos a alguien.

Griñán, hombre sutil, dijo en Vanity Fair que no pone la mano en el fuego «ni por el Rey», como si fuese el colmo de algo. Un socialista, Carmona, dijo en marzo que la ponía por él, por Griñán; esta semana Carmona reconoció que no tenía tanto la mano en el fuego como en el móvil. A Fidel, Fraga le organizó una queimada, llamas sobre el aguardiente, y los guardaespaldas cubanos se tiraron sobre ellas pensando que en lugar de un conjuro Fraga invocaba un atentado. De lo que se deduce que en España no sobran fuegos, faltan guardaespaldas.

>Veael videoblog de Carlos CuestaLa escopeta nacional. Hoy: Un sacrificio para salvar las pensiones.